SÓLO NOS TENEMOS A NOSOTROS

En octubre del ’83, cuando se votó el primer gobierno “democrático” después de la dictadura, ya no vivía en Buenos Aires por lo cual viajé desde Río Cuarto para venir a votar. Por entonces, mi hermano, con sus veinte hermosos años, era un militante activo del peronismo.

Recuerdo que un día antes de la elección a presidente, Sergio me dijo profundamente convencido: “Estela, el país es peronista”. Yo, en el fondo, pensaba que estaba equivocado, pero me cuidé muy bien de decírselo.

El día de las elecciones salimos a caminar por Corrientes junto con el padre de mis hijos y mi hermano. Él, supongo, esperaba el festejo peronista. Sin embargo, comenzaron a pasar las horas, cayó la tarde y se hizo la noche y el triunfo no llegó.

De nuestra caminata por esa avenida y recorriendo varias cuadras recuerdo tres cosas: la infinita tristeza y la desorientación de mi hermano, la soberbia de grandes grupos de la Juventud Radical que marchaban con boinas blancas festejando triunfales y los grupos y grupos que se agolpaban sentados en los umbrales con las banderas enrolladas, cual óleo de la tristeza más profunda. Eran peronistas, todos peronistas que se habían preparado para celebrar. Unidad Básica tal, Unidad Básica tal otra y así sucesivamente se entreleía en esas banderas a media asta y al ras del suelo. Como sus militantes… Al ras del suelo. Despatarrados, las piernas largas y estiradas sobre media vereda desde los umbrales que servían de asiento, muchos rostros de piel oscura, los cabecita negras del conurbano arrastraban la pena enorme por el piso en la semi penumbra de alguna puerta o cualquier vidriera, mientras los otros, los de las boinas blancas, exultantes, los provocaban desde el asfalto. ¡Eran tantos esos grupos de jóvenes desolados!

De repente se acercó un auto negro que rodaba a paso de persona por el carril de la derecha, paralelo a la turba radical, y de allí se bajó un hombre de corbata, camisa blanca inmaculada y traje oscuro cuyo papel jamás olvidaré y que, ahora que ha pasado tanto tiempo, creo que aún me sigue sorprendiendo. Era Carlos Ruckauf quien se bajó del auto seguido de tres guardaespaldas. Se arrimó uno por uno a cada grupo tirado en los umbrales para hacerles una simple pregunta: “Compañeros, ¿tienen algún detenido? Si desde el piso respondían no, seguía hasta el próximo grupo, si decían sí, tomaba nota de los nombres y apellidos de los detenidos. A todos les prometió sacarlos de las comisarías. Nunca supe si lo hizo o no pero, por esas cosas de la vida, le creí.

Sólo diez años antes, un 20 de junio de 1973, vi tanta tristeza junta como esa noche. Fue en el regreso de Ezeiza de miles y miles de peronistas que se congregaron allí para recibir a Perón quien, luego del desastre y la masacre, bajó en Morón. La caminata desde los bosques embarrados de Ezeiza hasta la Autopista Richieri, donde estaban los micros, era larga, muy larga, demasiado larga. Si algo de ese regreso siempre quedará igualmente grabado en mi memoria, será la marcha peronista, nada más que esa vez no fue cantada a viva voz, sino solamente silbada por miles y miles de personas como jamás volví a ver. Y, tampoco, jamás escuché silbar a tanta gente una misma melodía. Esos silbidos afinados y al unísono eran la representación más gráfica de la tristeza, la más brutal y profunda tristeza. Eran la desolación hecha sonido que, junto con el de los miles de pies contra el asfalto, resonaban en la noche húmeda y oscura de un día de frío augurando el invierno más triste para todos los que estábamos ahí. Por entonces, yo apenas tenía quince pequeños años y la panza llena de sueños políticos de una sociedad justa, la del socialismo acariciado que nos prometiera el general.

Sin embargo, ya conocemos la historia y su final hasta llegar a ese 1983 lleno de esperanzas y desaparecidos, nublados por la quema de un cajón dos días antes del cierre de las elecciones. Una quema simbólica que describiría algo así como dos países, dos mundos irreconciliables y excluyentes que, según muestran los hechos, aún continúa.

Del 73 nos separan cincuenta años y, del 83, cuarenta. ¡Ha corrido tanta agua debajo del puente! Pasó Alfonsín y no terminó su mandato. Pasó Menem y por poco vendió hasta el agua de la lluvia. Pasó De la Rúa y se fue en un helicóptero huyendo cual ladrón mientras nos prometíamos un “¡Que se vayan todos!” que no nos pudimos cumplir porque todos se reciclaron y no se fueron. Pasaron los Kirchners y algunos creyeron que se quedarían para siempre. Pasó Macri endeudándonos hasta las ganas de hablar. Pasará Alberto Fernández con más pena que gloria, tibio, cobarde e inepto. Y, hoy, Milei sigue esa zaga de desgracias duras de digerir a la que llaman “democracia”.

Ha vuelto la tristeza del peronismo y, honestamente, no deseaba verla otra vez. Y no me apena la mayoría de su dirigencia a la que le patearía el culo mil veces. Me apenan mis hermanos de clase porque ya ni siquiera silban al unísono y todos juntos como en aquel lejano 73. Sin embargo, también recuerdo a grandes luchadores de sus filas, honestos y generosos, como todo hermano bien avenido. En ellos y en tantos otros que no somos peronistas aún confío, pese a la tristeza de este día, porque sé que pasará como todo pasa. Se levantarán de sus cenizas, nos levantaremos como podamos, pero nos levantaremos, porque los pueblos, en sus justas causas, jamás, pero jamás se rinden.

No hay peor lucha que la que se abandona. Las Madres tenían razón.

30.000 razones para seguir.

Entre tantas otras cosas, tendremos que aprender que la plaza de los 24 de marzo es de todos, que la soberbia no nos ayuda, que la unidad es imprescindible y que, para lograrla, nos alcanza con priorizar las coincidencias. Y recordar que, cuando dijimos NUNCA MÁS, era en serio.

Fuerza, compañeros y compañeras. De nosotros depende el futuro, no solamente de los “dirigentes”. A no olvidarlo.

Estela Pereyra.

Imagen: claveles en la lectura de la sentencia de la Mega Causa "La Perla", Córdoba.






Comentarios

  1. Gracias Estela. Didáctica como siempre. Por acá todavía conmocionados. Abrazo inmenso

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    1. Gracias a vos, Lizzie. Ya nos recuperaremos, como siempre. A no desesperar.

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