¿Qué le pasó al peronismo en estas PASO?
Casi madrugada del lunes, el peronismo y el progresismo se debaten en mil confusiones que van desde culpar al pueblo y señalarlo por haber virado a la derecha sin estaciones intermedias, hasta a acusarlo de no ver al “enemigo”, como si el candidato oficialista fuera el “amigo”.
Sergio Massa, egresado de una
escuela privada y católica, el Instituto
Agustiniano, comenzó a militar nada menos que en la UCEDE con Álvaro Alzogaray,
referente de la reacción y uno de los más antipopulares de los dirigentes
nacionales. Tan destacado fue como militante de esa organización de extrema
derecha que, entre 1994 y 1996, fue presidente de la Juventud Liberal en la
provincia de Buenos Aires.
En épocas de Carlos Menem, la UCEDE se fusionó con el peronismo,
blanqueando una relación estrecha entre el ex presidente y la familia
Alsogaray, dado que hasta su hija ocupó cargos relevantes. Para entonces, Massa
se pegó a Luis Barrionuevo, aquél que dijera que tenían que dejar de robar por
dos años y, de su mano benefactora, fue designado en una Subsecretaría nada
menos que del Ministerio del Interior.
Posteriormente, otro triste célebre lo apadrinaría y nombraría como su
asesor en el Ministerio de Desarrollo: Palito Ortega, cuyos antecedentes políticos
fascistas no son, tampoco, un secreto.
Desde 2001 fue nombrado por Duhalde al frente de ANSES y permaneció en
su cargo durante la presidencia de Néstor Kirchner hasta el final de su
mandato. Convengamos que su paso por la función no fue, precisamente,
descollante.
Fue diputado provincial e intendente de Tigre durante dos mandatos, uno
de ellos interrumpido durante un año en el que se desempeñó como Jefe de
Gabinete de Cristina Fernández. Cuando renunció, volvió a la intendencia. Las
críticas más ácidas que recibió tras sus dos mandatos fue el crecimiento de los
countries que impiden el acceso de otros vecinos al Delta y la contracara de su
gestión por el abandono a los barrios pobres que nunca dejaron de inundarse por
carencia de obras de infraestructura.
Posteriormente fue diputado nacional y, en 2013, fundó su propio
partido, el Frente Renovador. Ganó las elecciones como candidato a diputado
nacional y en 2015 impulsó una alianza con la Democracia Cristiana, Francisco
de Narváez, Graciela Camaño y el MID, entre otros, para disputar las PASO con
José Manuel de la Sota como candidato a presidente. Salieron terceros. Ya en
2017, siempre con el Frente Renovador, encabezó la lista a senadores nacionales
seguido de la radical nunca del todo arrepentida Margarita Stolbizer mientras
el pejotista Felipe Solá, Mirta Tundis, Daniel Arroyo y uno de los
representantes de la UIA, José Ignacio de Mendiguren, entre otros, completaban
su lista de diputados nacionales. Pero nuevamente salieron terceros superados
por el peronismo y el macrismo, lo que determinó que Massa quedara afuera del
congreso.
Esta breve biografía apunta a reflexionar sobre el candidato oficialista
en las actuales PASO. Massa no fue ni es ni será un peronista “pura sangre”,
sino un entenado bastante diletante que ha compartido espacios políticos con un
amplio espectro que va desde lo más rancio de la extrema derecha, hasta lo más
patético de las arrepentidas radicales como Stolbizer y Ocaña; desde lo más
derechoso del peronismo, como el sojero Felipe Solá, hasta el también derechoso
empresario Francisco de Narváez; desde el paradigma del gorilismo argentino,
como Álvaro Alsogaray, hasta el patrón industrial De Mendiguren.
¿Representa Massa a los “cabecitas”, a los trabajadores, a los pobres de
este país? La respuesta es inequívoca: no y justamente por ello fue ampliamente
resistido por lo más progresista del peronismo. Sin embargo, al igual que
hiciera hace cuatro años atrás, cuando ungió a Alberto Fernández como candidato
a presidente, el dedo de la “jefa” lo señaló como el nuevo elegido para
encabezar la lista del peronismo.
A duras penas y tragando saliva con gusto a sapo gigante, la militancia
salió a bancar a su jefa, aunque a regañadientes pero, la militancia está
obligada a aceptar las reglas de juego, aunque la base, los votantes de carne y
hueso, los que la yugan todos los días, no. Y no aceptaron el dedo omnipotente de
esa mujer a la que aún aman, pero ya no le creen tanto como antes… No les
alcanza con que Massa pretenda incorporarse a los BRICS como promesa “progre”
de entrar al mundo prometedor del capitalismo multipolar, algo que a millones
de habitantes de este país los tiene sin cuidado. Massa, como ministro de
economía, no ha sabido ni podido bajar la inflación y mejorar la calidad de
vida de la mayoría de esos votantes que encumbran o entierran con votos a
cualquiera. La pobreza ha aumentado, los salarios han perdido poder
adquisitivo, las jubilaciones tampoco alcanzan para una vida digna y los
precios de los alimentos, alquileres y servicios se han ido tan a las nubes,
que la sobrevivencia es una aventura cotidiana y amarga.
Tras cuatro años con la cantinela de “el amor vence al odio”, las masas
peronistas, las mismas que llenaban plazas y calles apoyando a Cristina, se
fueron desmovilizando y paralizando, hasta llegar al punto de la más profunda
desazón. Desilusionados con Alberto Fernández, enfurecidos por sentirse traicionados,
los peronistas quedaron sumidos en la confusión y, si ya estaban decepcionados
con estos cuatro últimos años de decadencia, la candidatura de Massa fue el
broche de oro para cerrar un círculo que comenzó cuando perdieron su propia
identidad. Dejaron de resistir para darle paso a la resignación. Abandonaron las
calles para reclamar para pasar a una aceptación disconforme y mascullada entre
dientes, pero quietos. Aplastantemente quietos. Como nunca en la historia de
este movimiento político, el peronismo perdió la vitalidad de las masas porque
están hartas de mentiras, promesas y falsas esperanzas abrochadas con un
misticismo decadente que ya no los mueve, no los apasiona ni los convoca.
¿Qué vas a votar? Solíamos preguntar a nuestros compañeros de oficina,
de fábrica y de los barrios más pobres. Y la respuesta, hace pocos meses atrás
y pese a todo, era casi unívoca: “A Cristina si se presenta, si no, a Milei”.
Los trabajadores y las trabajadoras, la supuesta columna vertebral del
movimiento, los desocupados y el pobrerío pasaban de una a otro candidato de
manera inexplicable. Y, tal como decían y muchos no quisimos creer que
sucedería, votaron a Milei. Y después a la represora Bullrich. Y después al
represor Larreta. Y así terminó este domingo con un peronismo cuyo porcentaje
de votos es el más bajo desde que volvió la “democracia”.
En el inconsciente colectivo ¿cuáles son las certezas que unieron a las
mayorías para votar como lo hicieron? La principal está, cual fantasma, en una
sensación colectiva que nunca se fue, un deseo interno que permanece desde hace
más de veinte años: “que se vayan todos”. En segundo lugar y devenida de la primera,
la constatación práctica y material de que todos les han mentido. La tercera es
que todos, sin excepciones, devalúan, ajustan y empobrecen, unos con un poquito
de vaselina, otros, sin anestesia ni siquiera local. La cuarta y consecuencia
de las anteriores, la bronca, la decepción y el hartazgo.
Si algo ha perdido la dirigencia de la mayoría de los partidos políticos
es la credibilidad y esto es tan así que, en algunos distritos, el
abstencionismo y el crecimiento del voto en blanco ha puesto a más de uno en
alerta. Del “que se vayan todos”, al “no les creo nada” casi no hay distancia.
La imagen absurda de Milei con sus pelos cual nido de carancho, su
aspecto de personaje de animé japonés y su discurso rompe todo, de alguna
manera, interpreta a esas mayorías hastiadas. No son atraídas por su propuesta
de gobierno, sus planes de reventar el banco central o de dolarizar la
economía, sino por la hipnosis que produce un sujeto que apunta contra todos,
esos todos que se tenían que ir en diciembre de 2001 y luego volvieron
reciclados y maquillados, pero vivitos y coleando para hacer más de lo mismo o,
mejor dicho, peor de lo mismo. El candidato, prácticamente parido por los
medios, es como un loco suelto con una metralleta en la mano apuntando contra
todo, como en las películas y los juegos de computadora.
La gente común, la que va a laburar todos los días, la que va al mercado
y en vez de comprar un kilo de pan, compra medio porque no le alcanza para más,
no sabe si los BRICS son una perspectiva interesante o demoledora, si dolarizar
la economía traerá más penurias que alegrías, si privatizar hasta la educación
es un boomerang que atentará contra sus propios hijos. Sabe que está podrida,
cansada, que tiene ganas de ser como Milei y apuntar contra todos, incluido
aquel peronismo que alguna vez fue su pasión y, especialmente, su esperanza.
Pero se cansó de los sapos. Y salió a votar con la metralleta de Milei.
La tibieza e ineptitud del gobierno que se va, la inflación galopante,
las promesas incumplidas y la decisión de Cristina de imponer a un candidato
que quieren pocos, incluidos los que militaron su candidatura a regañadientes, terminaron
en un voto castigo escalofriante que asusta a los más conscientes del peligro
que implica que el animé de la política, el loco de la metralleta, llegue a
presidente.
Al peronismo le quedan un par de meses para salir a buscar a esos once
millones de personas que, siendo parte del padrón, este día eligieron no moverse
de su casa. Deberán redoblar esfuerzos, pero cuentan con un escollo difícil de
sortear: decididamente, su candidato no es el que quiere su base y sus medidas
económicas piantan votos, no suman ni multiplican, sino que siguen restando.
Con mayor o menor consciencia, todos sabemos que Massa vendría por
nosotros cuando tuviera que pagarle al Fondo Monetario Internacional; que no le
daría asco hacer un ajuste sanguinario, que no le temblaría el pulso a la hora
de recortar presupuesto para salud o educación, que no dudaría ni un ápice si tiene que congelar salarios o
planes. Y hoy, menos de veinticuatro horas después de las elecciones, lo hizo
devaluando un 22% que recorta nuestros ingresos tal como era previsible: sin
piedad ni la más mínima sensibilidad social. No se puede subestimar a las capas
populares. Ellas sabían y saben perfectamente quién es Massa y ya intuían lo
que vendría. Y saben, también, que el futuro es incierto.
¿Qué nos espera, entonces? Si gana el loco de la metralleta, prepararnos
para ser parte de algo que muchos han olvidado, pero que está latente en cada
uno de nosotros: nuestra capacidad de decir NO organizadamente. Si algo tiene
este pueblo, es un altísimo grado de organización. Deberemos confiar en nuestra
historia y nuestras fuerzas, aprender que eso de que el amor vence al odio es
una consigna interesada en transformarnos en pánfilos observadores de nuestra
propia desgracia, descubrir que, cuando queremos, podemos avanzar
colectivamente, espalda con espalda. ¿Y si gana Massa? Lo mismo. ¿Y si gana
Bullrich? Igual. ¿Y por qué? Porque, lisa y llanamente, todos nos ofrecen
prácticamente lo mismo, algo que queda aún más claro con la devaluación de hoy.
Quizás sea el momento de que tengamos que ser protagonistas como dice el
poema de Armando Tejada Gómez, “Peatón, diga no”:
“Dígalo en todas partes: en su casa, en la feria,
en la calle, en los trenes, en la cancha, en el viento;
lléveselo al trabajo de modo bien visible
y lúzcalo orgulloso como un pañuelo nuevo,
después, vaya subiendo en grados subversivos
hasta el no más heroico y de cada momento…”
Estela Pereyra.

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