APRENDER A ESTAR DE DUELO
Por Estela Pereyra
El duelo es un estado emocional contradictorio, a veces punzante, a veces
pleno de recuerdos y ternura. Es vivir en una ambivalencia constante que puede
ir del llanto a la risa con una velocidad enorme e inexplicable. Sin embargo,
como música de fondo que no se apaga nunca, está la tristeza, algo así como una
línea horizontal que atraviesa todas las emociones y sentimientos durante todo
el día.
Estar de duelo significa, también, nostalgiar, cerrarse como un capullo y
llorar, quedarse sola por decisión personal y necesidad profunda de soledad y
silencio.
Estar de duelo, por qué no, es redescubrir la propia casa, los lugares de
los que nunca se irá el ser querido. Cada taza, cada silla, cada rincón, cada
color de las sábanas lo traerá una y otra vez y no siempre será para llorar,
sino para sonreír, para extrañar, para recordar anécdotas graciosas, para
aprender a vivir con su ausencia.
Estar de duelo no es, bajo ningún punto de vista, instalarse en el
sufrimiento como una forma de vida. Es poner el dolor en lugar donde va el dolor,
es ser consciente de que, si tenemos la tendencia a somatizar las penas, debemos cuidar
nuestro cuerpo en sus partes más vulnerables para que el dolor se quede ahí, en
el alma, y no se escape para otro lado.
Estar de duelo es hablar y hablar con todo el mundo, contar una y mil veces
todo lo que venga a la mente. Es perdonarse cada emoción contradictoria, cada
relato repetido, necesitar de la palabra para aceptar un dolor profundo,
convencerse de que la vida sigue sin la persona amada, ratificarlo en mil
conversaciones cuyo final no se sabe cuándo llegará.
Estar de duelo es hacerse cargo de que una ha perdido algo entrañable, que
se siente desde las tripas, que atenaza la garganta, que nubla la vista
demasiadas veces, más de las que una desea, porque es parte de esa música de
fondo con la que hay que convivir hasta que lentamente se apague y deje de
sonar o siga sonando sin hacer doler.
Estar de duelo es luchar para abrir la puerta y salir a la calle con todos
los que quieren ponernos el cuerpo en actos de amor porque se preocupan por una
y nos dan lo mejor que tienen: compañía y comprensión.
Estar de duelo es necesitar ser escuchada, contenida, abrazada. Cuando una
está de duelo debe aceptar que no puede resolver los problemas del mundo, que
esta vez nos toca que nos ayuden y que no esperen de una que seamos las mismas
que antes, las todo poderosas que todo lo solucionan, la oreja del mundo para
los problemas ajenos. Apenas si una puede con una misma, no hay resto para más.
Estar de duelo es algo para lo que nadie se puede preparar por más que de
antemano sepa que está por llegar ese temido momento. Es descubrir que seguimos
teniendo hambre y sueño, que tenemos que pagar la luz y el gas, vestirnos y salir de la cama, hacer trámites horribles.
Estar de duelo es enojarse y decirse a sí misma y a otros que no nos
merecíamos este sufrimiento ninguno de los dos, que la vida es injusta, que
dios no existe o, si existe, miraba para otro lado. Es odiar lo que pasamos,
darnos cuenta de que durante mucho tiempo caminamos con un cuchillo clavado en la
panza y que, cuando nuestro ser amado partió, nos sacaron el cuchillo y nos
quedó la panza abierta por donde se nos ven las tripas.
Estar de duelo es cenar con amigos, ir al supermercado con la familia,
comer pizza entre un montón de gente que ríe y hace bromas porque desea que una
se olvide por un ratito de la música de fondo.
Estar de duelo es comenzar a ordenar sin apuros ni obligaciones el caos en
que se transformó la propia casa después de tantos meses de ausencia, de
teléfono celular al lado de la almohada, de sobresaltos y salidas urgentes
porque nuestro ser querido se agrava.
Estar de duelo es recordar demasiadas veces los peores momentos y tener
pena por el otro y por una. Sentir compasión por los momentos vividos por
ambos, saber que no estuvo bueno que se hayan presentado así.
Estar de duelo es llorarle a los amigos por teléfono o en la propia cara,
es esperar ser comprendida sin que nadie nos regale recetas mágicas que no nos
sirven porque cada uno de nosotros es único y vive su duelo como mejor puede.
Estar de duelo es putear al destino, sentir ira y dolor lacerante, bronca y
furia mientras una se queda quieta mirando el techo en el medio del silencio.
Es gritar debajo de la ducha, con un llanto enloquecido que nos deja exhaustas
hasta no tener más gritos y encontrar la calma mientras nos vamos secando con
la toalla en un ritual cotidiano. Es mirar la toalla, el perfume, la crema y
pensar que todo es tan secundario…
Estar de duelo es inventarse un cielo para los revolucionarios, donde estén el Roby Santucho y el Negrito Fernández, un lugar
imaginario de buena gente que recibe al ser amado con amor, que lo alberga en sus brazos y lo cobija, que no lo deja solo. Es desear que todos los gatos y perros que pasaron por
nuestra vida lo acompañen y le den la bienvenida.
Estar de duelo es acariciar a los gatos una y mil veces, hablarles como si
fueran personas, aprovecharnos de su calidez y dormir con ellos. Es encender la
tele para que haga ruido, mirar sin mirar una serie, relajarse y hablar sola.
Estar de duelo es aprender a decir no puedo, te necesito, vení, escúchame,
gracias… Recordar que lo último que escuché de mi compañero cuando le dije
que lo amaba con todo el alma fue “gracias”… Y ratificar que esa palabra es un
mundo en sí misma, tiene un peso enorme, una significación infinita que nos
hace grandes, inmensos, nobles cuando la pronunciamos porque la sentimos y brota de nuestra más absoluta y plena honestidad.
Muchos me preguntan cómo estoy. Viva, triste, todo lo más sabia que puedo y
me da el cuero, con la música de fondo de la tristeza y la panza abierta en un
tajo por donde se me asoman las tripas. Estoy de duelo pero respiro,
camino, salgo, me río, lloro, puteo y me propongo atravesar este momento sin
sufrimiento enfermo, sin planes de quedarme aquí para siempre, deambular en mi ambivalencia
y perdonármela hasta que lleguen nuevos aires y la tranquilidad que me merezco.
Eso es hoy, para mí, estar de duelo.
Te quiero, Estela.
ResponderEliminarYo también a vos.
Eliminarque honra conocerte compañera, te abrazo fuerte. Gracias por compartir olectivamente tus sentimientos, tambien nos enseñas.
ResponderEliminarMuchas gracias a vos. Ojalá sirvan mis palabras para otros. Ojalá.
EliminarAbrazo inmenso, Estelita. De corazón. El mismo que te acompaña a la distancia.
ResponderEliminarMuchas gracias.
EliminarTantos duelos encontrè en este regreso mìo y todos tan diferentes pero dolorosos al fin que creo que el duelo y yo seremos grandes amigos. Abrazotes
ResponderEliminarQuizás haya que amigarse con los duelos... No lo sé, por lo pronto no lo siento como un amigo, sino como un okupa. Besos, Nechi.
EliminarEl duelo, como todos los movimientos del alma, son lentos. Es como ir vaciando una habitación: bajar los cuadros, detenerse a verlos. Pero también es abrir ventanas para airear. Que el blog sirva para eso. Te quiero
ResponderEliminarEl blog es medio como un hallazgo. Si sirve para acompañar este tiempo, mejor. En cuanto al duelo, me gusta pensar que se pueden abrir las ventanas y airear. Es una idea hermosa y me trajo a la memoria que mi padre, cuando yo era adolescente, abría todas las ventanas por las que entraba el sol y nos decía "¡A levantarse que hoy es un día peronista!"...
EliminarPerdón pero no pude leerlo de un tirón, tu duelo me atravesó; me devolvió al "sentido" del duelo. Hoy recordé que no había concluido la lectura y regresé a tu blog; termino de leer y sólo puedo agradecer tus palabras. Abrazo enorme
ResponderEliminarPese a que cada duelo es único e individual, supongo que tiene lugares comunes en todos los seres humanos. Quizás varíen los recuerdos, el contexto, pero las emociones deben ser similares e igual de inmanejables y dolorosas. En fin... Lizzie querida, es paradojal: te leíste mi libro en una sola noche y a este texto lo tuviste que leer en dos etapas tal vez por eso de los lugares comunes.
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