LOS PRESENTES
Cuando era chica, mi abuela paterna que era bastante cirupítica en su forma de hablar, solía decir de manera muy solemne: “vinimos a traerle nuestro presente” cada vez que llegaba a casa (de las pocas en que venía) para alguno de nuestros cumpleaños. De sus manos y las de mi abuelo recuerdo el “presente” habitual: un par de zapatos de cuero, Guillermina, con botón. Nuestra familia, mantenida con el sueldo de director de escuela de mi padre, vivía de manera bastante modesta porque, obviamente, nunca alcanzaba. Por eso, los zapatos de cuero eran un flor de regalo en ese contexto.
Quizás como consecuencia del duelo que atravieso, este concepto de los presentes se me viene una y otra vez a la mente al mirar mi casa, mis muebles y mis estantes llenos de cosas de lo más variadas. Así, he llegado a la conclusión de que tengo un hogar repleto de presentes que me acompañan. Ninguno me acecha, simplemente, remiten a mi vida, a mis diferentes etapas.
Desde uno de los estantes de mi biblioteca suele mirarme un indio de barro creado por la extraordinaria artista plástica de Machagai, Chaco, Laura Vidal. Hace muchos años estuve en su casa por una noche y, apenas entré, mis ojos se clavaron en esa escultura. Recuerdo mucho a esa mujer que vi una sola vez y con la cual hablamos de cosas muy íntimas como si nos conociéramos de toda la vida. Al día siguiente, cuando ya partíamos, ella tomó la escultura y me la regaló. Creo que no tiene idea cuánto vale para mí esa imagen.
El cristalero tiene presentes a muchas mujeres que he amado y amo. Algunas ya se han ido, como mi abuela materna Estela, representada en un mate de cerámica celeste. Seis copas naranja y una tetera china traen a mi abuela paterna, Rosario. También está Susana Pereyra, una de mis medias hermanas hijas del primer matrimonio de mi padre, cuyas tazas chinas de porcelana casi transparente me la traen una y otra vez. Alrededor está el juego de loza de mi madre, el juego de té pintado a mano por mi hermana Nora, una cafetera rosa que me regaló Nadia, una chica preciosa a la que aún amo pero no volví a ver, un caballito de cuarzo blanco que me trajo de Chile Marina, una compañera de militancia y algunas miniaturas que tienen su historia, como un jueguito de café japonés, carísimo, que me regaló el Negro una tarde en que lo vi en una vidriera de una casa de antigüedades. Recuerdo que, cuando preguntamos el precio, me pareció una locura y él se empecinó en comprarlo. ¿Te gusta?, dijo. Y yo, que algo de mirada de la niñez aún conservo, no pude disimular que me volvía loca el dichoso jueguito.
En otra de las bibliotecas hay un par de sillones hechos con cuentas plásticas, bastante kirch, que me regaló con enorme amor Ernestina, una señora que trabajó en casa durante años. Más allá, unos gnomos que me trajeron Lidia y Ricardo, una pareja amiga con la que hace demasiado tiempo no nos vemos.
En mi placard, una cajita forrada en tela de origen hindú, llena de espejitos pequeños y mostacillas, me traen a mi hermano Sergio y mi cuñada Sandra.
Desde los estantes del modular, las kokeshis y una lata-cajita de música tienen nombre y apellido: se llaman Florencia Giani. Al lado de ellos, una taza de España evoca a la gallega Mercedes Alvariño, otra amiga que me trajo, en otro cumpleaños, unas puntillas tejidas a bolillo que guardo celosamente hasta que les encuentre un destino digno. Allí también, el entrañable Alberto Bocles, aunque haya partido este año, sigue estando presente en las matrioshkas que me trajo de Rusia. Y de Rusia, también, a la derecha de mi computadora, cuelga un trozo de cinta de San Jorge que me regalara mi hermano Claudio. Y Carlos Marx hecho en tela sublimada, a la izquierda, mezclado con las mil porquerías que rodean cuatro o cinco portalápices, trae a mi hermano Segio quien, cuando abrí el paquete navideño, me dijo: “lo vi y pensé en vos, creí que te gustaría”.
Sobre el cristalero hay mucha gente: Iván Ponce de León, el hijo más chico del Negro, con su muñeca Catrina calavérica hecha por él; Eugenia Rodríguez, con la bailarina cubana que me regalara hace mil años; Florencia, en las espigadas figuras de madera, también cubanas, que me trajo de uno de sus viajes; Susana, mi media hermana, con una estatuilla italiana de porcelana blanca con detalles celestes y otra hindú de marfil y Marina, mi hija, con su champán con vestido negro y rojo tejido al crochet...
La salida de baño de toalla, de un blanco inmaculado, que cotidianamente me envuelve cuando salgo del agua, la cartera color suela, bellísima y la color verde agua siempre me remiten a los regalos colectivos de mis compañeros que, cuando llegan mis cumpleaños, arman grupos secretos de Telegram para “debatir” qué regalarme. Algunos de esos diálogos que cruzan entre ellos me los han contado a posteriori. Son desopilantes, tiran propuestas locas, mantienen discusiones eternas hasta que se ponen de acuerdo y me hacen reír a carcajadas cuando me los cuentan. De esos encuentros ha salido una frase con la que me tienen caracterizada: “la Estela, muerta, antes que sencilla”. Aún reímos con esa frase de un compañero mendocino que es muy gracioso.
Entre los perfumes aparecen mi familia, mi madre, mis hijos, amigas, otra vez Nadia con un perfume que fue de su madre quien ya tampoco está… En mi bijouterie, desde el cielo, me acompaña Haydée, la madre de mi cuñada, presente en dos iniciales antiguas de plata con marquesitas, algo que conservo con un amor entrañable porque amé a esa mujer y sé que también me amó. Entre tantas decenas de pares de aros está Sergito, uno de mis sobrinos de Córdoba, con un aro de gato y otro de esqueleto de pescado muy tiernos, otro par de madera pintada a mano que me regaló Marina, un colgante verde esmeralda que me dio mi hijo Sebastián en una navidad y un collar largo que me trajera alguna vez Alicia Leguizamón, madre de Plaza de Mayo. De otra madre de la plaza, Alicia Mc Cormick, tengo un chal tejido por ella color azul marino con brillos plateados que es un primor. Y de otra madre, la paraguaya Oílda, conservo un juego de sábanas de lino, antiguas, que nunca usé porque me da pena que se arruinen.
Mis carteras, que tengo muchas, también están muy pobladas: están presentes allí mi hijo Sebas en la cartera azul hindú; Cristina, en la gris de tela que tiene una torre Eiffel; Marina Ávila, en la color rosa con flores; mi cuñada Sandra en una pequeña, artesanal de arpillera; mi madre en varias… Siempre mi madre por todas partes, también en todas mis toallas con sus puntillas tejidas a mano. Y ni hablar de mi ropa… Mi sobrino Tomás en la remera verde menta que adoro, mi nuera Monserrat y Sebastián en un vestido bordado y pintado a mano más que bello, mi amiga Lidia en una remera negra con batik azul y fucsia, mi consuegra Mirtha en un saquito precioso rosa viejo, Daniela en la remera negra que me trajo hace pocos días, mi entrañable Rosa Cattana en el jean gris que me encanta porque me hace flaca y tanta otra gente… ¡Tanta…! Tengo los placares llenos de presentes.
En las minitaturas de frascos de perfume creo que están todas, pero absolutamente todas mis amigas, compañeros, familiares y conocidos varios. ¿Quién no ha hecho su aporte para semejante colección…? Uno por uno sé quién me regaló cada uno de esos frasquitos olorosos y bellos.
En mi ámbito de costura están mi madre con el costurero de lata con rosas que mi hermana siempre quiere que se lo regale, el Negro con sus mesas maravillosas que facilitan mi trabajo, mi amiga Cecilia Dell Innocenti con su huevito de madera para zurcir medias, mi amiga Alicia Lega con su porta agujas con forma de librito ¡Tan tierno y útil…! Y todo esto sin contar la enorme cantidad de telas que todo el mundo me ha regalado y regala para que yo haga lo que quiera.
Hace pocos días vinieron a visitarme Liliana Zarza y Nicolás Rijman. La primera vez que vino Liliana, hace mucho, cuando aún el Negro estaba sano, me trajo un bolso de jean hecho por ella lleno de limones. Amo ese bolso… Nicolás, a quien no conocía, llegó con las manos cargadas de libros… Morí de amor y ternura con ese gesto tan generoso y pasé con ellos una tarde maravillosa. Y, ya que hablo de libros, no puedo dejar de mencionar a Gonzalo Cánepa, loco lindo y amigo de mi adolescencia, que encargó a un amigo suyo, radicado en México, un libro para mí que no se consigue en Argentina. Gonzalo, también, me regaló unos hilos teñidos con elementos naturales hechos por una colectividad indígena para cuando por fin me ponga a hacer las muñecas de chala que me propongo. ¿Alguna vez dije que me enamora la gente generosa?
Creo que la lista de mis presentes es infinita y no cabe en estas líneas que apenas llegan a un trazo grueso, porque no debería olvidarme de las decenas de plantas y flores que han llegado a mis manos de gente que hasta recién conozco, como el jazmincito de Sibila Camps.
No hace mucho comprendí la exacta dimensión de esa palabra usada por mi abuela. Siempre la tomé a la ligera o quizás porque sólo la asocié con nuestros 30.000 compañeros. Sin embargo, hace meses que vengo pensando en esta idea de los cientos de presentes que recibimos a lo largo de nuestra vida que se van acumulando en un sinfín de recuerdos de momentos felices y amorosos plasmados por montones de seres que nos rodean.
Creo que pocas veces somos conscientes de nuestra vida en colectivo, de cómo nos vamos construyendo a través de los afectos, de los gestos de cariño y, sobre todo, cómo cada cosa material puede remitirnos a personas queridas, algunas que vemos a diario, otras que ya no están en nuestro plano, otras que pasaron y no volvieron nunca más, otras que perdimos tras algún desacuerdo, otras que están lejos y no sabemos si volveremos a ver, otras que fueron pasajeras y tantas que quedaron en el camino poblando buenos recuerdos y demarcando cada etapa que fuimos viviendo.
Me gustaría poder decirle a mi abuela que entendí. Sí, estoy rodeada de presentes. No son regalos ni fantasmas, sino la exacta pintura de mi vida que construye mi pequeño mundo en el que, a pesar de los sinsabores y del dolor del duelo, me hacen feliz.
Estela Pereyra.

¡Me encantó tu presente!!
ResponderEliminar¡Muchas gracias, Lizzie!
Eliminar¡A vos! Abrazos
EliminarEs que ustedes están ahí... Están presentes.
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