CHASCOMÚS

Todos sabíamos que a mi suegro no le gustaban los viajes en barco: “me marea el vaivén de las olas”, solía decir cada vez que se tocaba el tema, especialmente cuando Dora insistía con que debían regalarse una aventura en un crucero celebrando algún aniversario de casados. “Quiero estar quince días en la cubierta, con un trago al costado, estirada en una reposera y tomando sol en el medio de la nada”, insistía con su idea fija. Pero a Daniel no le hacía ninguna gracia la propuesta de su mujer: no lograba convencerlo. Presumía que pasarse medio mes en el agua era demasiado: los festejos tenían que ser de alegría, de celebración y no de una tortura que, encima, costaba fortunas. Sin embargo, el tema era recurrente cada vez que nos reuníamos los domingos a almorzar. Ella comenzaba con la cantinela, él repetía sus no y nosotros escuchábamos impertérritos como si fuera parte del folklore familiar dominguero. Al fin y al cabo, todos sabíamos que tarde o temprano, Daniel daría su brazo a torcer y terminaría siguiendo los pasos de su mujer hasta la escalerilla que lo llevaría al dichoso crucero pensado para ricos y no para para un obrero metalúrgico como él.

Los cruceros son pergeñados para viajes de placer. Incluyen cenas especiales, pistas y espectáculos bailables, bar y restaurant todo el día abiertos, teatros, cines y hasta galerías de arte, museos, bibliotecas, casinos, gimnasios, spas y piscinas. También suelen ofrecer algunas escalas intermedias en ciudades costeras y turísticas adonde bajan los pasajeros y gastan sus dólares en chucherías autóctonas. 

Sebastián estaba harto de escuchar a su madre cada domingo. Sentía que la presión sobre su padre era insoportable. Inclusive admiraba su paciencia infinita.

-Un viaje por el Caribe ¡Eso tenemos que hacer! Ya está, te acabás de jubilar. Apenas te paguen todos los meses juntos, podríamos hacer el crucero – arrancó Dora mientras repartía los platos sobre la mesa.

-En vez del Caribe ¿No podría ser que fuéramos a las Cataratas? Ni vos ni yo las conocemos – adujo Daniel como contrapropuesta.

-No es lo mismo: las Cataratas están acá nomás y no incluyen el mar, el sol del mar, la reposera y el trago, las noches de baile, la piscina.

-Pero podríamos ir a un hotel de lujo en Iguazú, que tenga pileta, tragos y todo el sol. Total… - pensativo, Daniel imaginó que el hotel estaría sobre una superficie fija, nada de bamboleos sobre el agua sin ver tierra durante días – el sol es el mismo – terminó la frase después de la pausa larga.

-¡Vos siempre pensando en chiquito! – retrucó Dora un poco enojada – ¡Las Cataratas, las Cataratas! ¿No querés ir a Chascomús, también?

-¿Por qué no? No estaría mal. Primero deberíamos conocer nuestro país. Fijate que ni a Chascomús fuimos alguna vez.

-¡Ay, este hombre! Siempre volando demasiado bajito.

-¡Mamá, cortala! – intervino Sebastián en auxilio de su padre que se quedó callado de repente - ¿Nunca te pusiste a pensar que no sólo sos pesada, sino altamente ofensiva? Además, no hablás de otra cosa. ¿Qué buscás? ¿Convencernos? – Después de sus palabras, el silencio en la mesa se cortaba con cuchillo.

En el regreso a su casa, mientras manejaba, le comentó a su mujer lo cansado que estaba de esa discusión domingo tras domingo. Ella escuchó callada. En realidad, le daban pena los dos: Dora, porque se sentía frustrada, ser ama de casa toda una vida era agobiante y Daniel, porque no entendía a su esposa, era un hombre más simple que ella, afecto a los placeres sencillos, sin rebusques. Lo mejor era no meterse entre ellos. Ni siquiera le parecía prudente llevarle la contra a Sebastián, pues terminarían discutiendo por cuál de sus padres tenía razón.

La Caja de Jubilaciones, desde que se privatizó, demora más en terminar los trámites jubilatorios. En algunos casos hasta llega a liquidar los haberes cuando el beneficiario ya ha muerto. La espera ansiosa de alguien que deja de trabajar está lejos de ser la entrada a otra etapa de la vida un poco más feliz y distendida: la dilación en los pagos se transforma en un calvario para un trabajador que deja de percibir su sueldo mensual y pasa a la carencia total de ingresos sin que pueda ni siquiera prever durante cuántos meses deberá sobrevivir sin un peso de ningún lado.

El día en que Daniel cobró, Sebastián lo acompañó al banco. ¡Estaba tan feliz ese hombre! Como era de esperar, en el camino organizó un asado para celebrar con sus hijos y toda la familia mientras Sebastián, con cierto pesar, pensaba en lo que vendría apenas traspasaran la puerta: su madre, el crucero, la reposera en la cubierta y el trago a pleno sol. ¡Otra vez dale que dale con el tema quemándole la cabeza a su pobre viejo! Cada tanto, lo miraba a su costado de reojo y su felicidad por verlo tan contento se empañaba previendo la discusión de cada encuentro familiar. Sin embargo, nada de eso pasó.

-¡Vieja, ya cobré! – dijo Daniel exultante apenas llegaron. Dora lo abrazó calma, callada, sorprenidiéndo un poco a su hijo que esperaba la cantinela.

-Me alegra tanto, amor – fue lo único que respondió.

-Este domingo, nada de pastas. Les dije a los chicos que haremos un flor de asado.

-Bueno, mejor, así no cocino – aceptó Dora.

-Y, si querés, haremos tu viaje. Estuve averiguando que hay unas pastillitas para los mareos que produce el mar, así que no te preocupes, me empastillo y te acompaño.

-Por ahora, organicemos la carne, después hablamos – las respuestas poco entusiasmadas de su madre hicieron cambiar de ánimo a Sebastián. Pasó de la sorpresa a la preocupación: así no era su mamá, algo estaba mal y, aunque no preguntó, supo de antemano que en algún momento largaría el rollo.

El domingo llegó y Daniel se plantó delante de la parrilla para hacer el asado. Cuando ya todos estaban comiendo, fue él quien sacó el tema.

-Les quiero contar que su madre me ha convencido. Estoy dispuesto a hacer el crucero con ella – les anunció dejando atónitos a todos menos a Sebastián que ya sabía.

Dora se volvió a quedar callada. Ni aceptó ni rechazó la idea. Sólo mantuvo silencio.

Después de que terminaron el postre y cuando ya los nietos se habían alejado de la mesa, casi murmurando, Dora les anunció lo suyo.

-Tengo cáncer. El lunes comienzan a hacerme quimio.

Ni Caribe ni Cataratas: sólo un tratamiento para una enfermedad nefasta pintó el futuro de esos dos pobres seres que tantos sueños postergaron durante una vida entera. Quizás, con un poco de suerte, el tiempo les alcanzará para ir hasta Chascomús, pensó Sebastián, pero no lo dijo.

El día que recibieron la postal con la foto de ambos, Dora con unos enormes anteojos de sol y un pareo cubriéndole la mitad del cuerpo y Daniel, socarrón, apoyado en la baranda de la cubierta y haciendo morisquetas con un vaso largo con pajita y una rodaja de limón cruzada en el borde, a Sebastián le volvió el alma al cuerpo. Los vio felices, sonrientes y dorados por el sol. Supo entonces que, a pesar de todo, cada tanto la vida, después de un gran revés, puede deparar una enorme alegría y reconciliarse con la justicia.






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