BORDA (1) Muchas veces he contado sobre el Borda, porque ahí está el médico que me atiende por la fibromialgia y, ahora, también mi diabetóloga. Es un hospital con un extraño encanto: poca gente. La mayor parte de los pacientes internados deambulan por parques y pasillos, por lo cual hay que ir munida de cambio y cigarrillos como condición sine qua non. Muchos piden para la yerba, para el jugo, para un sándwich… Suelen mostrar cuánto dinero tienen para resultar creíbles ante su interlocutor. Son astutos: saben perfectamente quiénes somos los que vamos de cuándo en cuándo y quienes trabajan allí y están todos los días. El Borda es como una casa gigante donde todo el mundo se conoce, ya sean médicos, enfermeros y enfermeras, maestranzas y hasta los bufeteros del kiosco que les saben el nombre y las mañas a cada uno de los pacientes que viven allí. Hay los que saludan cuando una entra y, si volvemos a pasar tres o cuatro veces por el mismo lugar, reiteran el saludo como la primera vez...