CHASCOMÚS
Todos sabíamos que a mi suegro no le gustaban los viajes en barco: “me marea el vaivén de las olas”, solía decir cada vez que se tocaba el tema, especialmente cuando Dora insistía con que debían regalarse una aventura en un crucero celebrando algún aniversario de casados. “Quiero estar quince días en la cubierta, con un trago al costado, estirada en una reposera y tomando sol en el medio de la nada”, insistía con su idea fija. Pero a Daniel no le hacía ninguna gracia la propuesta de su mujer: no lograba convencerlo. Presumía que pasarse medio mes en el agua era demasiado: los festejos tenían que ser de alegría, de celebración y no de una tortura que, encima, costaba fortunas. Sin embargo, el tema era recurrente cada vez que nos reuníamos los domingos a almorzar. Ella comenzaba con la cantinela, él repetía sus no y nosotros escuchábamos impertérritos como si fuera parte del folklore familiar dominguero. Al fin y al cabo, todos sabíamos que tarde o temprano, Daniel daría su brazo a torce...